La atractiva villa turística tiene dos caras. El verano, bullicioso y festivo. Y el resto del año, un remanso de paz entre el bosque y el mar.
Allí también, como en todos lados, la pandemia deja su huella.
Muchos tienen miedo al virus que pasó cerca, pero no entró. Están los que sufren el impacto de la crisis económica: sin turistas, no hay ingresos, y eso el pueblo lo siente. Y también quienes se reinventaron en nuevas y saludables rutinas familiares.
En algo todos coinciden: esta preciosa playa rodeada de árboles y médanos es un pequeño paraíso que vale la pena descubrir.
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